El debate sobre la descarbonización de la economía se ha centrado casi exclusivamente en el cambio tecnológico, sobre todo en la generación renovable en sustitución de la energía fósil. Es cierto que este cambio por sí solo resuelve parte de la ecuación. Pero es un camino cuesta arriba. Siempre hay que empezar diciendo que la mejor energía es la que no se necesita, la negaenergía. Por aquí hay que empezar, primero disminuyendo el consumo y después generando con recurso renovable.
En este debate se olvida a menudo un parámetro de mayor alcance que la misma energía fósil. El mundo extrae 106 mil millones de toneladas de materias primas, sean combustibles, vegetales, agua, o minerales. De esta cantidad, solamente se fija de forma permanente en forma de bienes 23,7 mil millones de toneladas, unas 67,4 mil millones de toneladas se dispersan en el aire, en el agua y en vertederos, y solamente 9,3 mil millones de toneladas se reciclan. Ahí se ve el alcance del problema: la humanidad se ha convertido en una máquina horrorosa de dispersar recursos.
Sabemos que la tecnología disruptora va a ayudar a descarbonizar. Por ejemplo la generación eléctrica con carbón o con energía nuclear tienen un rendimiento del 33%, la generación con gas en ciclo combinado del 55% y la energía hidráulica, eólica y fotovoltaica se consideran con rendimientos del 100% en base al combustible que no hay. Solamente el cambio de generación eléctrica es un paso de gran magnitud. Pero la tecnología nos depara muchas más cosas. Por ejemplo, el coche eléctrico, con un rendimiento energético del 75% frente al coche de combustión, con un rendimiento del 26%, o la bomba de calor que permite el cambio de una caldera de condensación de gas con un rendimiento del 100% por una máquina con un rendimiento del 300 o del 400%. Luego hay que pensar en la inteligencia artificial, que permitirá automatizar muchas actividades y alcanzar conocimientos que permitirán menor uso energético (aunque los ordenadores detrás son grandes consumidores). Finalmente, tenemos a la sustitución de la proteína animal por proteína vegetal y por proteína de fermentación de precisión. Esto va a liberar superficie agraria y consumo de agua.
La implantación de estas tecnologías permitirá teóricamente un ahorro de consumo si no se reproduce nuevamente la paradoja de Jevons. William Stanley Jevons fue un economista inglés que, en el año 1865, percibió que, a medida que la máquina de vapor mejoraba su eficiencia, se consumía más carbón. Ello era así porque el coste del funcionamiento de la máquina cada vez era menor, por lo que se utilizaba durante más horas y se construían más máquinas. Esta paradoja la hemos visto hasta hoy con la mejora de las prestaciones de los coches, de los aviones y de todas las máquinas. Mejora el rendimiento y aumenta el consumo. Por ello, la introducción de tecnologías disruptoras deben ir acompañadas de medidas fiscales que frenen la paradoja de Jevons.
¿Qué medidas necesita Jevons? En mayor medida deben ser medidas fiscales, que penalicen el consumo de materias primas, por ejemplo la tasa de carbono, pero el cambio debe ser más profundo y alcanzar a la totalidad de materias primas. Cambiar la fiscalidad penalizando la extracción de materias primas tiene el efecto de favorecer su eficiencia y el reciclaje. Para no castigar la economía con exceso de presión fiscal, los ingresos de esta nueva fiscalidad se deben devolver al sistema, aunque otra solución es la eliminación de otros impuestos, como por ejemplo el IVA. No tiene sentido un impuesto que grava lo que la mente humana es capaz de crear, como la música, la literatura, el cine, los servicios de organización, los programas de eficiencia, el cálculo de ingeniería… Este cambio se ha empezado a visualizar tímidamente durante el pico inflacionario de la energía de 2022, pero se ha realizado de forma improvisada, sin un debate a fondo de la necesidad del cambio. El precio del CO₂ en el mercado ETS es una buena aproximación al debate, aunque su evolución es demasiado lenta para las necesidades del proyecto de descarbonización.
Pero donde no se realiza el debate es en el campo de los cambios conductuales. La economía se ha ido desarrollando para lograr un aumento continuado de la producción, sin ver que, a menudo, ello era a costa de disminuir la calidad de los productos, obteniendo una menor vida útil, obligando a comprar y a producir más. Esto se viene compensando de forma invisible por la terciarización de ciertos productos que se venden por servicio. Por ejemplo, una sábana se factura a los hoteles por noche de servicio, hecho que impulsa al fabricante a una mayor calidad para alargar la vida. Esta sábana se lava en lavadoras industriales que cobran su servicio por lavado, de forma que el fabricante de la máquina desea que tenga el menor número de averías y máxima vida. Y el mismo escenario se realiza con el detergente, que se cobra por cada lavado, desarrollando detergentes en polvo, con menor coste logístico y con buena automatización en su uso. Este mecanismo de cambio de venta de producto por servicio, conduce a un aumento de la calidad y a una disminución de los recursos.
El mismo ejemplo lo vamos a ver con el coche eléctrico autónomo de flota. Un coche hoy tiene un uso de alrededor de una hora al día, o mucho menos. Un coche autónomo de flota puede trabajar hasta diez horas al día o más, con lo que la reducción de material necesario es de una magnitud impresionante, dejando de tener el coche en propiedad para usarlo como servicio.
Los cambios conductuales, la negaenergía, va a ser la mayor revolución que va a realizar la transición. Aparece un nuevo estilo de vida que llamo frugal, el fin de la economía de la ostentación, por la que uno quiere parecer que tiene más que otro, induciendo que todos quieran realizar el mismo camino, hasta que la diferenciación ya no es útil y se debe realizar una nueva fase para distinguirse. Es como el efecto de una grada de un campo de futbol cuando un espectador se levanta y obliga a los de atrás a levantarse.
Pero el caso es que la descarbonización va a llevar a una pérdida de producción, por tanto de trabajo y va a obligar a repensar como se reparte el trabajo y la renta, como se resuelven los requisitos mínimos para vivir (el acceso a la vivienda), como se rellena el ocio, cómo se forma nuevamente una persona que cambia el trabajo, cómo se reprograman los presupuestos públicos, y cómo se mantienen los tres pilares de la sociedad del bienestar: la sanidad, la enseñanza y la atención a la gente mayor y a los desfavorecidos.
Toda una revolución que se acerca lentamente, con ruidos puntuales, pero silenciosamente.
Joan Vila
CEO de LC Paper
LC Paper es Miembro de la Fundación Privada Empresa y Clima.