COTIZACIÓN CO2 Cierre del 26-03-2024 60,76 €/T

Capturar y dar uso al dióxido de carbono, el gran reto pendiente

“No es suficiente con reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) –principal gas causante del calentamiento global–, debemos capturar el carbono que ya hemos emitido si queremos frenar el cambio climático”, advierte Mariano Marzo, director de la cátedra de Transición Energética UB-Fundación Repsol.

Un reciente informe de la Comisión Económica para Europa de la ONU (Unece) incide en que la captura, uso y almacenamiento de carbono (CCUS, por sus siglas en inglés) es “crucial” para acercarse al objetivo de limitar el calentamiento global y urge al despliegue a gran escala de estas tecnologías. El motivo: el gas que emitimos hoy a la atmósfera se suma al que la humanidad lleva emitiendo desde la época de la revolución industrial (ver texto complementario).

Urgencia

Un informe de la ONU pide a la UE un rápido despliegue a gran escala

Se trata de desarrollar tecnología capaz de hacer lo que la naturaleza (con sus bosques, humedales y praderas de posidonia) hacía de forma natural y en equilibrio antes de que la humanidad empezara a cambiar el clima. La misma mano que ha roto este equilibrio debe ahora encontrar la manera de regular de nuevo el termostato del planeta Tierra.

“Ya existe tecnología capaz de capturar CO2 directamente del aire. El problema es su elevado precio”, indica Joan Ramon Morante, director del Institut de Recerca en Energia de Catalunya (IREC). Abaratar estos costes requiere grandes inversiones económicas. “Solo para Europa, se estima que se necesitarán 320.000 millones de euros para el despliegue de CCUS planificado para el 2050, más otros 50.000 millones para la infraestructura de transporte requerida”, calcula la ONU en su informe.

Marzo señala que son muchos los proyectos de investigación en esta línea que se han presentado a las ayudas europeas para la recuperación de la crisis de la covid, pero advierte que no será suficiente. “Todo esto acabará repercutiendo en el bolsillo del consumidor final, que tarde o temprano deberá pagar por las emisiones que se derivan de sus actividades diarias”, explica.

Con la inversión necesaria, Marzo afirma que las tecnologías para la captura, uso y almacenamiento de carbono “se encuentran en la fase en que estaban las energías renovables hace diez o quince años”. Menos optimista es Paco Ramos, de Ecologistas en Acción, quien ve “fantasiosa” la opción de captar CO2 directamente del aire. “Van a ser cantidades muy ínfimas”, asegura. “Nos están vendiendo una ilusión”, añade el portavoz de la entidad ecologista.

Más allá de la viabilidad económica de esta tecnología y de su idoneidad o no, la segunda parte es: ¿qué hacemos con el carbono una vez lo hemos capturado? En la actualidad, el CO2 que algunas industrias logran captar en sus procesos de combustión es inyectado en explotaciones petrolíferas para obtener más combustibles fósiles. Cuando ya no queda petróleo o gas para extraer, estos yacimientos se utilizan también como almacenes.

Paco Ramos alerta del riesgo de fugas por los movimientos sísmicos. “No es un riesgo muy alto, pero sí hay que tenerlo en cuenta”, señala. Coincide Víctor Vilarrasa, investigador en el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (Idaea-Csic): “Es un sistema bastante seguro, lo que no significa que no se deba controlar para que no haya fugas”. “En Noruega llevan 25 años realizándolo y se han ofrecido a almacenar el CO2 de Europa”, añade el investigador. Vilarrasa señala también que en España hay muy pocos proyectos de investigación en esta línea “porque hace ya unos años se dejó de destinar dinero a este tipo de proyectos”.

Sin embargo, Mariano Marzo apunta que el gran reto no es almacenar el carbono capturado, sino lograr que deje de ser considerado un residuo y se convierta en recurso para la fabricación de multitud de productos: desde alimentos, plásticos, hormigón, pasando por temas más específicos como el cultivo de microalgas hasta la fabricación de cerveza, entre otras muchas opciones que están en estudio.

Fuente: La Vanguardia